Presentación de Música amable al fin de Gruss/Afonso Esteves y Peras, de Andruetto/Tabbita
Post date: 29-oct-2012 14:48:27
Por Carolina Esses*
Participar en la presentación de estos dos libros es una gran alegría. Se trata de poetas que sigo y admiro, como María Teresa Andruetto e Irene Gruss pero por sobre todo se trata de una idea, la que alienta el proyecto de Mágicas Naranjas, que sintetiza para mí lo más vital de la literatura. Mientras pensaba estas líneas me venía a la mente una frase –quizás inspirada por el título del poema de Irene: Música amable al fin–. Y la frase era: en el principio fue la música. La deseché por rimbombante, por demasiado grandilocuente, por enciclopédica –no podía empezar con una frase así– pero la verdad, no encontré otra. Pensé en mi propia experiencia: me vi leyéndole a mis dos hijos, Lucio de cinco y Mateo de tres, los libros que más les gustan. Los recordé repitiendo las rimas, los juegos de palabras, escuché la voz de Lucio que me decía: ¿mamá desfachatada rima con frazada?, por ejemplo. O a Mateo disfrutando su descubrimiento de la palabra tormenta, entendiendo que “se viene una tormenta” no tiene nada que ver con decir va a llover. Tormenta tiene que ver con palabras como trueno, tremendo, terrible. Y la verdad es que sí: en el principio, en ese primer encuentro que tenemos, cuando somos pequeños y escuchamos literatura, lo primero no es el relato ni la narración, lo primero es la música. La música de las palabras, es decir, el poema. Palabras como raíces que tejen una red subterránea de significados, de imágenes apoyadas en sonidos. No necesitamos mucho: una sola palabra, –explorada, saboreada, su sonido flotando en la oscuridad del cuarto– basta para formar un verso, una página, un libro. Y no es chiste. No es una postura romántica. No es una pose, de esas que piensan al niño como un adulto, un intelectual en potencia –¡no por Dios!-. Es algo, me atrevería a decir, empíricamente comprobado. Los chicos hacen de un relato un poema: repiten sus frases, las cantan, las cambian de lugar según sean los sonidos que les evocan. Una colección, entonces, que elija poemas que no fueron pensados para niños –ni para adultos, llegado el caso–, que fueron simplemente pensados; poemas escritos por lo más representativo de nuestra poesía –Calveyra, Bellessi, Genovese y ahora Gruss y Andruetto: un lujo–, poemas bajo la curaduría nada menos que de Osvaldo Bossi; una colección que envuelva estos poemas con el moño dorado de lo visual, y se los regale a los chicos, es de verdad, un gran acontecimiento.
Empecemos con Peras el título del libro de María Teresa Andruetto. Pero empecemos como si fuésemos niños, imaginemos desde dónde puede leer un niño este poema. Yo, hace unos días, se los leía a mis hijos. La pera era la fruta favorita del abuelo Eugenio, el padre
de mi marido, a quien no llegamos a conocer. Cada vez que en mi casa se corta una pera, jugosa, blanca, amarilla, aparece el universo de Eugenio. Y ahí está, en el poema de Andruetto, la fruta tantas veces saboreada por Lucio y Mateo –por ese abuelo–. Ahí está el agujerito negro que marca el paso del gusano –y mis hijos miraban atentos el potencial camino de un bicho que no veían pero que estaba ahí en el corazón jugoso de la pera, como una presencia a medias amenazante y a medias simpática–. Y ahí está el pasado mítico de la infancia, las dos niñas de pelo corto con sus vestiditos almidonados colgados de las perchas en esas preciosas ilustraciones de Florencia Tabbita. ¿Qué es almidonado?, me preguntaba Lucio y yo quería responderle que almidonada puede ser una persona entera, una persona durita, todo lo contrario a su madre que no sabe planchar ni un repasador mucho menos estar impecable y almidonada. Y todo: el pasado que evoca Andruetto, el momento de cortar la pera, el recuerdo de Eugenio, el significado de la palabra, la madre que les tocó en suerte, todo transcurre en el presente, ese presente vertiginoso de la infancia que ellos se encargarán de ir construyendo como quien construye su mito de origen. Y después la irrupción de los Reyes, claro. Esos tres paquetitos que la imagen ilustra y que nos hablan de la huella de Melchor, Gaspar y Baltazar. ¡Qué corto!, me dijo Lucio cuando terminamos de leer y el más pequeño se hizo eco. Así que volvimos a empezar y nos detuvimos en los mismos lugares que ya eran lugares conocidos. Porque para los chicos –como para el lector de poesía– lectura es sinónimo de relectura.
Con el poema de Gruss arranca otra sorpresa: la sorpresa de lo que parece que se está diciendo mucho antes de empezar el primer verso. A los chicos les llama la atención ese comienzo, cuando la poeta dice “Porque las hojas de ese arbolito brillan todavía…” No es habitual encontrarse con un comienzo así. Abrimos el libro, entonces, pero el libro ya ha empezado –¡qué importa que sea corto o largo, cada poema, cada verso forma parte de algo mucho mayor que nos excede!- y los chicos escuchan con atención lo que va a venir después, eso que dice Gruss sobre un bosque encantado. Mateo en seguida me dice: “no es tenebroso, ¿no hay monstruos?”, no, es un bosque encantado, le digo, donde un arbolito puede brillar, como las luciérnagas que veíamos en Chapadmalal el otro verano y ahí aparece todo el bicherío de Gruss en las ilustraciones de Cecilia Afonso Esteves, abejitas, pollitos, horneros, mariposas y unos circulitos que son el mar a lo lejos o burbujas de mar, y las chicharras, una palabra que de pronto les encanta porque puede rimar con guitarra, me dice Lucio, chicharras y sapos que se ríen del mar cuando es verano todavía. Y entonces aparece la pregunta por el tiempo, ¿cuándo llega el verano, mamá?, me preguntan. Y lo preguntan porque les gusta pensar que verano es sinónimo de mar y aquí está el mar de Gruss, inmenso, lejano pero también pequeño, capaz de escuchar a las chicharras, capaz de ser también gota de agua salada. Y entienden que se trata de un verano que ya ha acabado, un verano que es pasado –como en el poema de Andruetto, Gruss construye aquí su espacio mítico, ideal y todos sabemos que Irene ama el mar– pero que va a regresar, porque se corresponde con el ciclo de las estaciones de manera que vuelve, siempre, como el día llega después de la noche, el almuerzo después de la mañana en el jardín de infantes, la plaza después de la siesta.
Esto es apenas algo de lo que proponen estos libros. Algo mínimo, pequeño como las hormigas que caminan por el borde de la baldosa y que los chicos miran como si se tratara de enormes planetas. Algo inmenso entonces, en tanto los lleva –nos lleva por supuesto– a compartir la experiencia verdadera de la palabra poética. Aunque suene rimbombante entonces me animo a decirlo: al principio fue el poema, la música del poema. Salud a estos libros y a esta bellísima iniciativa editorial.
(Texto leído por la autora el 26 de octubre en la Casa de la lectura, Ciudad Autónoma de Buenos Aires)
*CAROLINA ESSES (Argentina, 1974) es licenciada en Letras por la UBA. Realizó estudios de Bellas Artes en la Escuela Nacional Prilidiano Pueyrredón. Publicó los libros de poesía Duelo (Ediciones En Danza, 2005) junto a Mercedes Araujo y Cecilia Romana y Temporada de invierno (Bajo la luna, 2009). Sus poemas integran diversas antologías como Hotel Quequén (Ediciones Sigamos enamoradas, 2006) Poetas argentinas 1961-1981 (Ediciones del Dock, 2007), Quedar en lo cantado, selección de poesía contempocontemporánea dominicana y argentina (El fin de la noche, 2009). Como autora de literatura infantil publicó Valerio y la ciudad liviana (Uranito, 2010, ilustraciones Mey!) y la colección "Historias de Pestronio" ilustradas por Graciela Fernández: El circo mágico, El cocodrilo manso, El mar debajo de las baldosas y El concurso de canto (Uranito, 2011). Es colaboradora habitual del suplemento cultural Ñ.