Colección Maizal

Por algún extraño mecanismo, cuando recibí concentrados en un pdf los poemas que forman "Soñé que leía este libro" pensé en cuánta falta me hacía recuperar aquel viejo mundo de lecturas y encuentros con poemas y cervezas o mates y medialunas, en los que todos y todas tratábamos de dar a las cosas que escribimos una segunda vida. Luego recordé a Nico Dominguez Bedini declamando a los gritos y generando ese caos tan sanador y hermoso que le es siempre propio, y después lo imaginé leyendo "El Modisto de Tortugas", "El único camino es hacia arriba", "Desde el pantano" "A natureza eu vi chegar", y les juro que por un instante me sentí mejor, e incluso llegué a reírme para mis adentros, como cuando en las lecturas lo veía aparecer con un carrito de la compra lleno de libros y fotocopias, chocándose con todo el mundo, chocándose sobre todo con la gente más contracturada y menos fervorosa, los que hacen de la poesía una pose, un cálculo, y no una explosión de placer. Y así me fue corriendo la tarde mientras pasaba las páginas de ese pdf (que, por fortuna, ahora, que las cosas es ya un libro de papel y tinta), deseando, como deseo vuelvan alguna vez a su cauce. "Soñé que leía este libro" es un objeto por el que se debe felicitar (con un abrazo fuerte, nada de chocarse los nudillos) a Dominguez Bedini y a Gastón Caba, su copartícipe de trazos y colores en esta impagable huida hacia adelante. Porque, créanme, hace falta un grado de fervorosidad cercano a la enajenación para encarar un libro tan exento de auto importancia, un poemario que, como sucede con las fantasías de Gianni Rodari o con los relatos de pícaros de Ole Lund Kirkegaard, leva oculto en su interior un pequeño mecanismo de felicidad que no sabemos realmente cuánto necesitamos hasta sentimos en nuestras manos.

Fran Gayo (Click en la imagen para comprar)

Este libro fue ganador del Premio de Proyectos Editoriales del Fondo Nacional de las Artes en 2019 y propone un diálogo atento entre poesía e ilustración para dar cuenta de la relación con el espacio y las cosas que nos rodean durante el proceso de un duelo. Dice Clara Muschietti en la contratapa:

Apagar la luz comienza con una suerte de confesión: "Me preocupa el tema del amor". Es imposible no escuchar esa voz íntima que trata de desenredar un nudo. A lo largo del libro esta voz se despliega con un encanto único. Por momentos es como si una amiga te hablara, o mejor dicho, como si dos amigas te contaran sus secretos. Daniela Goldin y Eva Mastrogiulio se unieron y crearon este libro hipnótico en donde se potencian sus mundos. Apagar la luz termina con otra confesión, pero mejor no la cuento, así no rompo el hechizo.

Entre sentar y sentir hay una silla.

Las sillas florecen cuando la atención se hace amiga de la sorpresa. Veinte sillas sorprendidas por el diálogo entre el decir poético de Florencia Fragasso y los dibujos de Julieta Dolinsky juegan a ser ellas mismas y otra cosa. (...)

Veinte sillas multiplicadas por todas las lecturas posibles es una invitación luminosa a inventar nuevas sillas, a mirar las cercanas o lejanas con ojos nuevos, florecidos por la poesía.

Cecilia Bajour

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Cubierto

Aquí tenemos la historia de una familia que, en el marco de una vida gris, tiene algo diferente. Su historia está contada a través de poemas ideales para ser leídos por los pequeños en voz alta. Un tono travieso restaura en el lector adulto el viejo sabor de la infancia hasta que, de repente, algo nos pellizca, nos saca del ensueño y desconcierta…

Franco Vaccarini

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Un libro de poemas no es, al fin y al cabo, ni más ni menos que un puñado de piedritas. Guijarros acumulados en el tiempo que atesoran el sonido de una voz. Algunos brillas, resplandecen; otros son opacos, sólo pesan. Pero cada uno cumple una función indispensable.

La voz de Cecilia Pisos resuena -como siempre en su obra- juguetona y cantarina, pero también se muestra con una solidez inusitada, soportando marejadas.

Hilda Fernández

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La madre (judía) como centro, pero también una época (el peronismo de los años 50), y la mirada de un niño que, al recordar, construye su propio itinerario. La anécdota como una delicada red que desde lo visible se acerca a lo invisible, y nunca al revés. Cada historia que se cuenta es además una fábula y una manera de atravesar la realidad. Yo creo que con estos poemas Gustavo Gottfried dio en el blanco, es decir, en su propio corazón.

Osvaldo Bossi

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Una manera de jugar con las palabras, con las ideas y con la realidad. Jugar, es decir movimiento, disfrute, apuesta, descubrimiento. Una manera de ir descubriendo el mundo. Las cosas del mundo de todos los días se viven como pequeños milagros. O, mejor, se descubre que son, cuando se las mira como las miran estos poemas, milagros. Una invitación a poner en marcha la prodigiosa capacidad de fantasía de los chicos, incluido el chico que todos somos a cualquier edad, si nos animamos a serlo.

Como pelusa flotando en el aire, las palabras van despacito bajando, con esa levedad, con esa gracia, para tocar el alma. Y lo que las anima, lo que, cuando llegan a nosotros, nos gana, se llama ternura. No hay distancia alguna entre Mauricio Rosencof, el que para su hija escribió Cosas de pajarito, y el dirigente tupamaro, el que supo sobrellevar en el aislamiento del presidio doce años como rehén. Es la vida, eso que llamamos “la vida”, siempre, lo que empuja, ese amor a lo que ahí está y palpita, eso a lo que hay que cuidar y alimentar en cuerpo y alma, como quien vuelve a fundar a cada rato el mundo.

Daniel Freidemberg

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Perro y garza se encuentran a orillas del rio.

Una mañana,

una tarde, una noche.

Conversan y huelen: el viento, las ramas, la tierra.

Pasean y tocan: la luz, el recuerdo, el origen.

Perro y garza se encuentran en el cruce entre acá y allá,

entre entonces y ahora. Juntos graznan y

ladran.

Construyen primero y recorren después

el territorio sensorial del sueño.

Laura Wittner

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La relación con una mascota puede ser poderosa y construirse desde la profundidad de pequeños momentos de compañía y cariño. Captarlos es una tarea que Gustavo Yuste realiza con precisión en La fidelidad de los gatos, poemario editado por mágicas naranjas e ilustrado por Inés Insaurralde. Un libro que articula imágenes, silencios y reflexiones potentes para recorrer una amistad con la que todas las edades pueden identificarse.

Andi Nachon

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